Hobbie

  • 24 Febrero, 2021
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La pasión de la fotografía

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 Pablo E. Ortiz

La fotografía ha ocupado siempre un lugar importante en mi vida, desde la niñez, un claro resultado de la influencia familiar. La fotografía siempre me apasionó, me parecía casi mágico poder capturar una imagen a través de la cámara. Esa maravilla de la tecnología me permitía viajar hacia el pasado, conocer cómo eran mis padres en su niñez y juventud, a mis abuelos y bisabuelos, cómo eran la ciudad y el mundo cien o más años atrás.

Yo era de los pocos que llevaban siempre una cámara a las reuniones y eventos de la escuela secundaria y a las reuniones con amigos. Me acompañaba aquella famosa cámara Fiesta, de Kodak, regalo de mis padres, que sacaba esas fotos cuadradas y de poca definición. Ya en mis tiempos de estudiante en el Lillo, allá por los lejanos 80’ y principios de los 90’, tomaba prestado la cámara de mi padre, una Yashica, legendaria marca japonesa, con los que retraté muchos viajes de campo. Esas primeras experiencias tenían por objeto casi exclusivo retratar las reuniones familiares, con amigos y con los compañeros en los viajes, como una manera de preservar esos momentos únicos. Con los primeros sueldos por mi cargo como auxiliar estudiantil pude comprarme por fin una cámara réflex marca Exakta, fabricadas en la extinta República Democrática Alemana, y el salto de calidad en las fotos fue notorio. Lógicamente, después vino la adquisición de los inevitables accesorios de una cámara réflex: el zoom, los macros, el fuelle, las lentillas de aproximación, el trípode, los distintos filtros... Tiempo después, mi actividad profesional como biólogo y paleontólogo y sus viajes de campo me brindaron la oportunidad de conocer lugares increíbles y capturar los paisajes más hermosos del norte de nuestro país. Durante ese tiempo fui reuniendo así una importante colección de imágenes de familiares, amigos, compañeros de estudio y paisajes únicos. La fotografía se convirtió en el complemento perfecto en los viajes de campo, que hasta el día de hoy no los concibo sin llevar mi cámara y traer de vuelta tanto el material de estudio como el recuerdo de todos esos inolvidables momentos. La cámara se convirtió también en una herramienta indispensable de mis actividades de investigación, al poder tomar fotos de los pequeños materiales con los que trabajo. Al llegar la fotografía digital a principios de siglo, con la posibilidad de tomar una enorme cantidad fotos de manera casi ilimitada, el registro de paisajes en los viajes de campo y durante las vacaciones con la familia, en los más diversos lugares, creció exponencialmente hasta el presente. Mi pasión no se ha limitado a tomar fotografías sino también a recuperar y poner en valor aquellas viejas imágenes familiares guardadas en algún álbum y rescatarlas del olvido. Ahora todo ese enorme conjunto de imágenes únicas, desde aquella antigua foto del bisabuelo, las vacaciones de la niñez, hasta las del viaje más reciente, se encuentra ordenado cuidadosamente, año por año, mes por mes, en las memorias de las computadoras y de discos externos. Y ya dirá el futuro en qué otro formato de almacenamiento!

Llegado a este punto, debo reconocer que a pesar de las enormes ventajas de la moderna fotografía digital, confieso que disfrutaba mucho más cuando tomaba fotos con mis cámaras de rollo. El cambiar el carrete de la película, el elegir cuidadosamente la toma antes de accionar el disparador porque no había manera de ver en ese instante lo que se había fotografiado, la expectativa al llevar a revelar las fotos y ver finalmente el resultado muchos días después, quizás semanas o meses, eran sensaciones únicas y difíciles de describir. Los que amamos la fotografía tenemos la sensibilidad, la motivación y el compromiso de congelar el tiempo y el espacio en imágenes que verán las próximas generaciones. Es uno de los testimonios de nuestro breve paso por el planeta.

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