Cuando todo indicaba que ahora -además con una hija- sería imposible terminar de atravesar el último tramo de esta vivencia, la maternidad se convirtió en un motor inusitado. Esta condición fue soporte en noches de desvelada escritura, impulso creativo ante el cansancio cotidiano, confirmación de una fuerza y determinación impensados. Lo que para muchos – incluso para mí- podría haber representado una nueva dificultad, resultó un sostenido proceso de aprendizaje en tanto convocó a cuestionar perspectivas y esquemas de prioridades personales, a redistribuir tiempos y responsabilidades conjuntas sobre las tareas domésticas y de crianza, así como a valorar la importancia de instrumentar una red de apoyo y ayuda- cuidadoras, jardín de infantes, familia-, entre otros aspectos. Fue así que el 3 de noviembre del 2020 -en un año marcado por las complejidades de la pandemia del COVID-19- defendí virtualmente mi tesis en el Doctorado de Humanidades de la UNT, entendiendo que lo cometido había sido una ardua travesía, una aventura que por momentos planteo fuertes tensiones al igual que valiosísimas posibilidades: la de continuar desarrollando mi carrera- la psicología- e iniciarme en este otro rol –el maternaje-, oficios estos que a los que vuelvo una y otra vez, más aún hoy que mientras dibujo estas letras sueño a imaginar la llegada de mi segundo hijo/a. En síntesis, apostar a la complementariedad de este binomio es apostar a tu madurez, a tu crecimiento, a tus afectos, a tu plenitud, en fin, a tu misma superación… ¡¡¡Adelante compañera que el mundo es nuestro, solo basta creérnoslo!