Partí al extranjero mientras terminaba de gestarse el "corralito" y nuestro presidente abandonaba cacerolazos y Casa Rosada en helicóptero, lo que entre otras cosas contribuyó a que CONICET discontinuara el programa de becas postdoctorales externas (creo que fui el último biólogo en beneficiarme de ellas) y que un par de años después, antes de mi regreso, se lance el Programa Raíces que aun hoy sigue conectando a los científicos argentinos del exterior con los que estamos en el país. Mi destino académico fue la Universidad de Missouri en St. Louis, sede de un activo centro internacional de ecología tropical, pero con la firme intención de instalarnos con mi familia lo más cerca posible de donde debía hacer los muestreos de campo, que hasta ese momento era tan abstracto como figuraba en mi proyecto "un área de estudio que reúna las características del sistema plantas aves frugívoras … en un área de bosque tropical lluvioso (del Neotrópico)". Así llegué a Ecuador; durante dos años alterné viajes a Missouri, trabajo de oficina en la Universidad San Francisco de Quito y muestreos de campo en Tiputini, una increíble estación biológica inserta en los más de 1,5 millones de hectáreas de selva amazónica de la Reserva de la Biosfera Yasuní.
Es un buen momento para volver aún más atrás en el tiempo, al momento en que debía redactar una propuesta de financiamiento para hacer una experiencia en el exterior, y cuáles eran mis motivaciones. Como investigador interesado en mutualismos entre plantas y aves, el trópico era "el lugar de los hechos" en casi toda la literatura sobre el tema, era dónde se habían moldeado los paradigmas vigentes. Como biólogo de campo y amante de la naturaleza, las selvas tropicales y su biodiversidad eran una tentación ineludible. Con ello en mente, hacer los contactos con referentes en el tema y poco más de un año después desembarcar (sí, a Tiputini se llega en canoa) en mi lugar soñado, fue casi un solo acto. Pero lo que hizo a esta experiencia tan enriquecedora no fue solo el sumergirme en la naturaleza inabarcable de las selvas amazónicas. El carácter internacional del centro de ecología tropical y sobre todo de la estación biológica, donde convergían científicos formados bajo la influencia de diferentes escuelas y formas de pensamiento, hacían de la interacción una experiencia enriquecedora que no había experimentado en las instituciones nacionales donde había trabajado. Comprendí que esa era una de las principales ganancias que llevaría a mi regreso a Argentina. También fue en el transcurso de mis visitas a la Universidad de Missouri y gracias a interactuar con personas con diferentes formaciones cuando entendí cómo escribir un artículo científico, un "detalle" no menor en la profesión de un investigador científico. Podría continuar, pero el mensaje sería el mismo. Una experiencia laboral en el exterior, por breve que sea, tiene el potencial para darnos un fuerte impulso en nuestro crecimiento como científicos.