En 2020, cuando la pandemia provocó el cierre de los centros educativos (aunque no la suspensión de las clases) las tecnologías se convirtieron en una fuerte aliada de todos los docentes, que sustituyeron la presencialidad por lo que llamaron virtualidad. Sin embargo, si bien luego de la sacudida inicial muchos docentes modificaron sus prácticas para adecuarlas a esta situación, la enseñanza no se transformó en virtual o en línea, sino simplemente en no-presencial. La educación virtual, o en línea, implica formatos y propuestas muy diferentes de las habituales de la presencialidad.
Hubo muchas experiencias en Uruguay de esta situación, con fuertes modificaciones, fundamentalmente en el área de enseñanza primaria y media, donde la desafiliación se convertía en una gran amenaza, sobre todo en los sectores más vulnerables. Sin embargo, a nivel terciario y de posgrado, muchas experiencias cambiaron de “plataforma” sin cambiar de formato. Es así que se realizaron extensas clases por videoconferencias, con un docente daba discursos o explicaciones como si estuviera en la presencialidad.
La experiencia sugiere que las clases expositivas son un muy mal aliado de la enseñanza remota. Hemos tenido experiencias, más allá de la pandemia, de clases presenciales que son trasmitidas por medios electrónicos, que no son nada estimulantes. Considero que sí es válida la realización de pequeñas exposiciones (máximo 30 minutos), junto con el desarrollo de propuestas que impliquen mayor nivel de actividad de los estudiantes, como divisiones en pequeños grupos con formatos de taller. Recién cuando las clases se transformen para aprovechar los dispositivos tecnológicos, de manera que realmente sean mediadores de los aprendizajes, podremos tener una enseñanza virtual, mixta o híbrida. Mientras tanto, los resultados serán parecidos a la enseñanza por televisión, y no será muy distinto que grabar extensas conferencias y disponibilizarlas por Youtube.
En lo que atañe específicamente a la pregunta, entonces, no es probable que tenga buenos resultados de por sí, más allá de la situación de confinamiento (donde siempre algo es mejor que nada). La experiencia muestra que en instancias expositivas el docente se apoya fuertemente en quienes están en forma presencial, con quienes puede mantener un contacto visual fluido, más que con quienes se encuentran en forma remota. Este es uno de los riesgos más evidentes. En estas situaciones, muchas veces la no presencialidad se asocia a la no sincronía, por lo que las interacciones con los estudiantes remotos seguramente sean escasas. En caso de implementarlo, se sugiere que el docente se ubique frente a la cámara y la pantalla donde visualice a los remotos, así como frente a los estudiantes presenciales, de manera que pueda alternar su mirada entre quienes están presentes y quienes ve a través de la pantalla. Es importante, en este caso, que los estudiantes no presenciales permanezcan con sus cámaras encendidas. De esta manera el docente se encontraría frente a todos los estudiantes, tanto presenciales como no presenciales. Una situación más avanzada sería disponer de dos conexiones a la videoconferencia en la clase: una para el docente, y otra para los estudiantes presenciales (sin el sonido). Esto permitiría interactuar no solo con el docente, sino también a los presenciales con los no presenciales, lo que habilitaría el intercambios más fluido entre ellos. De otra manera, sería una clase exclusivamente frontal.
Lo recomendable sería poder dedicar algunas instancias generales, que pueden ser expositivas (pero cortas) para todos los estudiantes en forma remota, y aprovechar la presencialidad para el trabajo con pequeños grupos separadamente.