Mi éxito profesional se basa en tercerizar mis tareas domésticas y el trabajo de cuidado. En otras palabras: empleo a alguien que hace estos trabajos, una empleada doméstica. Esta mujer gana menos que yo, tiene una formación profesional más básica que yo. No es ningún secreto, es normal en la Argentina, no conozco ninguna madre investigadora que no tenga una empleada doméstica.
El año pasado el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación reportó que en la Argentina más de la mitad de las personas que trabajan en investigación son mujeres (aunque acceden en menor medida que los varones a las categorías más altas de la carrera). De la misma manera, el reporte de la UNESCO consta que casi toda Latinoamérica logró paridad entre mujeres y hombres en la ciencia, mientras que los países desarrollados no llegan a estas cifras. Varios medios internacionales trataron de analizar el porqué; algunos dudaron de la calidad de los datos, otros concluyeron que probablemente el organismo del CONICET es menos competitivo que el sistema del Tenure de América del Norte y Europa (más posiciones en los niveles iniciales y más estable a lo largo de la carrera). Sorprendentemente nadie consideró que en los países en desarrollo la mano de obra es más barata que en los países desarrollados, donde una empleada doméstica varios días por semana es un lujo para pocos. Me atrevo a hipotetizar que las empleadas domésticas juegan un gran rol en obtener la paridad de género en la ciencia y es un rol no muy reconocido.
Las madres con carreras exigentes antes éramos una excepción. Antes nuestro rol se limitaba a las tareas de la casa y el cuidado de los niños. De esta manera nuestras madres facilitaron las carreras de los hombres. Hoy en día las empleadas domésticas facilitan las carreras de las mujeres privilegiadas. Sin duda, es un logro que las mujeres (y madres) puedan elegir una profesión y perseguir una carrera. Por otro lado, es cierto que antes también hubo empleadas domésticas, pero es justamente por eso que no veo un progreso general. La supuesta modernización de los roles de género en el mundo profesional de ninguna manera crea más igualdad. Lo hace solo para una fracción muy pequeña de mujeres que están invitadas a imitar la forma de vida de los hombres cediendo el "trabajo sucio" a las personas que solo tienen acceso a ese tipo de trabajo. Las tareas domésticas y el trabajo de cuidado no se reparten de forma más igualitaria entre hombres y mujeres, son solamente delegados. Mientras eso no cambie, yo no veo una verdadera modernización de la sociedad.
No todas las mujeres pueden o quieren ser investigadoras. Pero idealmente todas las mujeres podrán terminar el colegio y estudiar una carrera, ser profesionales y cobrar un sueldo de profesional. Entonces, si apuntamos a eso, ¿quién ayudará con el trabajo doméstico por un sueldo básico? ¿Queremos que en el futuro robots empiecen a cuidar a nuestros familiares, como ya es el caso en algunos países desarrollados? O puede ser que la respuesta sea: nosotros. Limpian la casa los que viven en ella. Y fuera del horario escolar los padres se encargan de sus hijos. Para que eso sea un avance y no un paso atrás, es necesario distribuir las tareas domésticas de forma pareja entre hombres y mujeres, pero hay que reconocer que el tiempo que nos queda para hacer estas tareas es muy limitado, dado que nuestra profesión ocupa gran parte del día y de la semana. Cuando estamos en casa estamos cansados. Entonces hay que cuestionar si trabajar 40 o más horas por semana es un escenario sustentable en una sociedad más pareja, más avanzada. Actualmente CONICET exige 40 horas semanales a sus becarios y permite 100 días de licencia de maternidad (5 días por paternidad). Estas exigencias no reorganizan el mundo del trabajo y fortalecen un modelo social obsoleto en el cual solo los hombres y las mujeres privilegiadas participan.
Estoy orgullosa de mis éxitos profesionales, siendo madre y en general, pero dudo de que mi camino sirva como inspiración o debiera ser imitado.